La historia de Don Luis y su cuchubal

Don Luis tiene 52 años y desde hace más de veinte maneja su taxi por las calles de la ciudad. Conoce cada esquina, cada cliente fiel y cada bache del camino. Vive con su esposa, Doña Marta, y sus dos hijos: Luisito, que estudia en el instituto, y Mariela, quien sueña con ser maestra.

Aunque Don Luis trabaja todos los días desde temprano, sabe que no siempre alcanza. Algunos meses las carreras van bien, otros apenas cubren la gasolina y la comida. Por eso, hace unos años decidió unirse a un cuchubal con otros compañeros taxistas. “Así uno siente que el dinero no se va de las manos”, dice.

Cada semana, Don Luis entrega su aporte puntual. Al principio le costó organizarse, pero pronto descubrió el valor de la disciplina y la confianza. En su primer turno del cuchubal, usó el dinero para cambiar las llantas de su taxi; en el segundo, pagó los útiles escolares de Mariela. Con el tercero, logró reparar el techo de su casa antes del invierno.

Más allá del dinero, lo que más aprecia es el espíritu de comunidad. En cada reunión hay risas, consejos, y hasta historias de cómo cada quien usa su turno. “Uno no solo ahorra —dice Don Luis— también hace amigos y aprende que juntos se llega más lejos.”

Hoy, Don Luis participa en tres cuchubales distintos: uno con sus compañeros del taxi, otro con sus vecinos y uno familiar con sus hermanos. Gracias a eso, ha aprendido a planificar mejor, a cumplir sus metas y, sobre todo, a confiar en que cada aporte es un paso más hacia una vida más estable.

Su esposa, Doña Marta, es quien lleva las cuentas en una libreta y no falta a ninguna reunión. “Antes nos preocupábamos por los imprevistos, ahora nos organizamos entre todos y salimos adelante”, comenta ella con orgullo.

El cuchubal se ha vuelto parte de su vida familiar: un espacio donde no solo se habla de dinero, sino de sueños, educación y futuro.

“El cuchubal me ha enseñado que no importa cuánto ganes, lo importante es tener la voluntad de compartir y crecer con los demás.” — Don Luis.