Cuchubal que impulsa sueños: la historia de Carlos

En un barrio vibrante de San Salvador, entre el sonido de las motocicletas, las risas de los niños jugando fútbol en la calle y el aroma de las pupusas recién hechas, vive Carlos, un joven barbero de 26 años con una pasión enorme por su oficio y un sueño que parecía más grande que sus posibilidades: tener su propia barbería.

Desde adolescente, Carlos se fascinó por los cortes de cabello. Le gustaba ver cómo una máquina, unas tijeras y un poco de estilo podían cambiar la confianza de una persona. Aprendió el oficio en la casa de un amigo, con herramientas prestadas y mucha práctica. Con el tiempo, empezó a atender a los vecinos desde el porche de su casa, usando un espejo viejo colgado con un clavo y una silla reciclada.

El trabajo era duro. Había días buenos y otros donde apenas ganaba lo suficiente para cubrir el pasaje y ayudar en casa. Su mamá, que vendía refrescos en la esquina, siempre le decía:

“No te rindás, mijo. Todo sueño comienza pequeño, como una semilla.”

Pero el dinero no alcanzaba para comprar mejores máquinas ni acondicionar un local. Un día, mientras cortaba el cabello de un cliente, escuchó hablar de los Cuchubales, una tradición que combinaba ahorro y solidaridad. Intrigado, se unió junto con otros jóvenes emprendedores del barrio. Cada mes, aportaban una cantidad fija y, cuando a alguno le tocaba la ronda, el grupo celebraba como si el logro fuera de todos.

Cuando llegó su turno, Carlos usó el dinero del Cuchubal para invertir en sí mismo. Compró una silla profesional, un espejo nuevo, pintura para las paredes y las máquinas que siempre había soñado. Con la ayuda de sus amigos, remodeló un pequeño local al que bautizó “La Esquina del Corte”.

El éxito no tardó en llegar. Los clientes comenzaron a multiplicarse: estudiantes, vecinos, incluso algunos oficinistas que pasaban por la zona. Su barbería se volvió un punto de encuentro, un lugar donde la gente no solo iba a cortarse el cabello, sino también a conversar, reír y compartir historias.

Gracias al crecimiento de su negocio, Carlos ahora emplea a dos jóvenes a quienes enseña lo que él aprendió: que con disciplina, creatividad y comunidad, los sueños sí se pueden construir. Además, sigue participando en nuevos Cuchubales, esta vez con un propósito distinto: ayudar a otros jóvenes a iniciar sus propios negocios.

“Sin el Cuchubal, todavía estaría cortando cabello en la casa. Pero con él, aprendí a organizarme, a confiar en los demás y a invertir con propósito”, cuenta Carlos mientras ajusta su máquina y sonríe frente al espejo.

Hoy, “La Esquina del Corte” no solo es una barbería; es símbolo de cómo una tradición puede convertirse en motor de emprendimiento y orgullo juvenil.

Y cada vez que un cliente le pregunta cómo logró llegar hasta ahí, Carlos responde con una frase que ya se ha vuelto su lema:

“Con tijeras, esfuerzo y un buen Cuchubal, todo es posible.”


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